lunes, 3 de octubre de 2011

El día vetusto

Nada de lo que fuimos hubiese tenido sentido sin ellos, ninguno habríamos podido ir el primer día al colegio solos, ni habríamos devorado esos ricos bocadillos en el descanso, ni hubiésemos podido regresar a nuestros hogares cansados pero acompañados, cogidos con un mayúsculo af ...ecto de la mano.
Nuestras placenteras y sosegadas siestas no habrían sido tales sin alguien que nos arropase, nos contase un flamante cuento, una añeja historia o simplemente, nos abrazase con su respiración y su mirada.
Nuestras heridas no habrían sido sanadas, ni nuestras muñecas vendadas, no habríamos conocido el cariño de unas manos por el tiempo marcadas.
Muchas veces nos cabreábamos, pero con dulcería lograban devolver la media luna a nuestra cara; con una caricia en la quedeja nos solazaban y numerosos caprichos nos complacían sin pedir nada.
Su lento caminar, su destacable afabilidad y su más que sabida experiencia les ofrecían los trucos esenciales para conquistarnos, para ganarnos... para tenernos.
Siempre a nuestra merced, se preocupan por nosotros con avidez, desmesura y entusiasmo, como las armonías festivaleras del verano.
Reconocer es progresar, evidenciar su trascendencia, concienciar.
Asumir su ausencia, una crueldad.
No desaprovechemos esos grandes corazones, la comesura, el interés a raudales, la vivencia, los cuidados que nos satisfacen, las enseñanzas magistrales, sus hábiles aires y sus ya recorridos amplios mares...
no desaprovechemos el presente y futuro de nuestros antecesores, contemos siempre... con los mayores.

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